miércoles, 17 de noviembre de 2010

Laberinto. Parte 6

Laberinto
Parte VI
Sueños

Los párpados le pesaban, apenas podía concentrarse en la lectura. Colocó un marcador para no perder el punto. Apagó la luz de la mesita de noche y sintió cómo poco a poco el sueño iba llegando a ella. Las sombras se fundieron en una lenta danza al ritmo de su respiración. Se sintió flotar a la deriva.

La niebla cubre el mundo a su alrededor. Las calles están vacías, ningún coche transita por ellas, ninguna luz. Nada salvo el sonido de sus propios pasos que suenan distantes, vacíos y muertos como el resto del mundo.
Distingue la silueta de un hombre acompañado de un perro. Corren a través de la niebla sin emitir ningún sonido. Les llama a gritos. Hacen caso omiso y continúan su camino perdiéndose en ese extraño mundo.

Clack... Clack... Clack... El sonido de una puerta de madera movida por el viento golpea delante de ella. Detiene el movimiento con las manos y pasa al otro lado.
Un patio de colegio envuelto en la bruma. Se aprecian las líneas en el suelo que marcan una cancha de básquet. Casi percibe los gritos de los niños que alguna vez han jugado aquí durante el recreo.

Una pelota se acerca a ella rodando y se detiene a sus pies. La recoge. Es un balón de básquet, gastado por el uso y con unas manchas resecas con la forma de una mano pequeña, de color marrón, como la sangre al secarse.

- ¡Devuélvenosla!

Un grupo de niños, de piel muy pálida y ojos negros como pozos de desesperación, se han detenido delante de ella. En silencio, parados como estatuas a escala de ancianos maltratados por el tiempo. La contemplan con ojos severos, no hay sonrisa en sus jóvenes rostros de ángeles, no hay niñez en su forma de actuar.

- Él no quiere que juegues, devuélvenos la pelota...

La voz sale de todos los niños que están delante suyo, hablan como un solo ente. No parpadean. No parecen respirar. Extienden las manos hacia ella y dan un paso adelante, como un pequeño ejercito de niños robots

- ¡Danosla! Tu no puedes jugar con nosotros...

Otro paso adelante. Se abren como un abanico para rodearla.

- ¡Márchate! Devuélvenos nuestra pelota y piérdete...

Tira el balón a los niños que gritan como criaturas enloquecidas. Se lanzan a por la pelota con expresiones de depredador en sus negros ojos y las mandíbulas abiertas como las fauces de un tiburón. Se muerden entre ellos, peleándose como fieras por la maltrecha pelota. Ve brotar la sangre de las diversas heridas y escucha un rugido ensordecedor más allá de la puerta por la que ha entrado en ese patio.

- Ya viene... – La voz de los niños suena burlona y feliz. – Viene a buscarte para llevarte con él...

El suelo tiembla bajo los impactos de alguna cosa que se acerca.

- Devorará tu alma y dejará el cascarón que es tu cuerpo vacío de vida. Estarás perdida en las sombras y serás suya para siempre...

Sus piernas le responden con la velocidad de la desesperación. Arranca a correr con los ojos muy abiertos y el corazón latiendo apresuradamente. En la niebla, ante ella, ve aparecer un edificio que le resulta familiar. De manufactura muy antigua y unas columnas retorcidas de tal modo que es imposible que puedan alzarse y sostener el peso del edificio. Este parece una versión deformada de la biblioteca. De unas dimensiones descomunales. Su fachada se pierde a la vista. Sobre la puerta la siguiente inscripción “El conocimiento nos arrebatará la cordura” Sobre la inscripción una placa donde se ve el monte Gólgota, Jesucristo crucificado en un baño de sangre y miles de fieles bañados en ella en una orgía vampírica. El cielo nublado forma un rostro que le resulta demasiado familiar. Su profunda mirada parece atraparla, atraerla desde algún lugar a una promesa de olvido eterno.

Entra en el edificio a través de sus pesadas puertas de metal ligeramente oxidadas. Dentro hace frío. Las vidrieras de tonos rojizos filtran la luz cubriéndolo todo de carmín. El suelo estaba adornado con un mosaico de estilo romano, en el que se veía a un hombre sodomizado por un macho cabrío. El techo abovedado se alzaba a centenares de metros sobre su cabeza, una cúpula con angeles muertos, profanados sus cuerpos por demonios de expresiones libidinosas.

- Y es de este modo, que descubrimos que el ser humano ha dado la espalda a Dios en su gloria divina y este nos ha abandonado en manos de su peor creación...

La profesora imparte la lección en el centro de la sala ante un grupo de niños que la miran aterrados. De complexión delgada, vestida con un sencillo traje marrón y el pelo rojizo recogido en un moño poco elaborado. Pasea entre las mesas, arañándolas con sus largas uñas semejantes a garras.

- Ahora... Somos esclavos de sus deseos, él es quien maneja nuestras vidas. Si él desea que tu mueras... – Su mano se posa en el hombro de una niña que contiene la respiración. En su mirada se aprecia el miedo, su piel se vuelve pálida bajo el tacto terrible de la profesora. – No podrías hacer nada por evitarlo. Notarías como la vida se escapa de tu cuerpo como el aire que respiras. Marchitándote bajo sus designios.

Alza la vista hacia la joven, mirándola con sus ojos castaños, no sonríe. No hay lugar para la sonrisa en clase. Su voz se vuelve un susurro.

- Contemplad el fruto de la traición y la desobediencia... – Alza los brazos señalando la vidriera que hay en el fondo del edificio y el tono de su voz aumenta. - ¡Observad lo que ocurre cuando te revelas ante él! ¡Contemplad el castigo de su pecado capital!
Un cuerpo ensangrentado tiembla frente al cristal rojizo. Atado de pies y manos, abierto completamente. Tiembla y llora desesperado. Los párpados cosidos le impiden cerrar los ojos que se mueven aterrados mirando en todas direcciones. Si hubiese tenido lengua habría gritado pidiendo que acabasen con su tormento. Ahora, sólo podía emitir gritos incoherentes, desgarradores en su desesperanza.
La sangre gotea desde centenares de cortes en todo su cuerpo formando un creciente charco carmesí en el suelo. Las cuerdas, tensas hasta el límite le dislocan las articulaciones lentamente y siente cómo se le desgarran los tendones, sus gritos son cada vez más desesperados... Más humanos...

Los pasos de la profesora la llevan lentamente hacia donde la sangre del hombre cae al suelo. Mira a sus alumnos mientras el néctar vital mancha su rostro resbalando desde la comisura de sus labios y tiñendo de carmesí el vestido. Ríe, ríe como una lunática mientras se acaricia entre las piernas. Los niños no pueden dejar de mirarla paralizados de terror. Cae al suelo de rodillas gimiendo de placer, revolcándose en la sangre como un cerdo entre el estiércol. Lame el preciado líquido rojo con una expresión aterradora en sus ojos castaños, demasiado abiertos para la naturaleza humana. Toca su sexo con tanta fuerza que se hiere, añadiendo su propia sangre al creciente charco que aporta el cuerpo torturado de su marido.

La joven grita, perdiendo la cordura ante semejante pesadilla, de algún modo, desea despertar, quiere salir de ahí, encontrarse en su cuarto y deshacerse de esa locura. Quemar el libro, olvidarse de ese día.
La profesora ríe, la vena de su frente palpita y sus podridos dientes asoman tras sus labios retraídos. Alza un dedo señalando a la joven.
- Ahora tú serás su sierva... Siempre hay un servidor que cumple sus deseos, has sido testigo de su poder, has visto una parte de su fuerza...

Los niños se levantan de sus pupitres y se acercan a la muchacha que retrocede hasta que siente el frío mármol de la pared tras su espalda. Los alumnos con la cara desprovista de cualquier sentimiento humano siguen caminando con los brazos extendidos hacia ella. La joven cierra los ojos y siente como los pequeños dedos la acarician, un tacto desagradable como el de pequeños gusanos buscando devorar su piel. Sólo puede llorar, llorar desesperadamente.

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