miércoles, 17 de noviembre de 2010

Laberinto. Parte 7

Laberinto
Parte VII
Miedos



Abre los ojos, y todo es oscuridad a su alrededor, siente las sábanas empapadas en sudor y el cabello pegado a la frente. Enciende la luz de su mesita de noche, todo está en calma, todo está en silencio. Se sienta en el borde de la cama buscando sus zapatillas de estar por casa, no están a la vista, debieron colarse debajo de la cama.
Mete la mano palpando el suelo. No siente nada más que el tacto del linóleo. Con fastidio decide estirarse para encontrarlas con la vista.
Algo en el ambiente le resulta extraño, como un zumbido en el aire, algún tipo de vibración poco perceptible. Agudiza el oído, nada. De repente la oscuridad bajo su cama se le antoja demasiado corpórea.
Se pone en cuclillas, levanta las mantas para colocarlas sobre el colchón.
Apoya el brazo en el suelo y se estira poco a poco al tiempo que baja la cabeza para mirar bajo la cama.

Unos ojos rojos le devuelven la mirada acompañados por un rugido y la oscuridad se apodera de ella...
Se despertó sobresaltada, el libro cayó al suelo. La luz estaba encendida y todo se encontraba tal cual se había quedado antes de dormirse.

Sentía el corazón latiéndole a un ritmo acelerado y la respiración agitada, se retiró un mechón de pelo de la cara, sentía la necesidad de ir al baño, salir de la habitación y respirar un aire que no estuviese tan cargado, tan viciado y caliente como el que le rodeaba.

Se levantó para ir al baño, las sombras del pasillo se le antojaban demasiado oscuras, demasiado vivas. Tiene la sensación de ser observada... No le gusta eso, no le gusta que la gente le mire fijamente, y sentía que allí había algo... Algo que esperaba en la oscuridad...

Llamó al perro, escuchó su trote alegre. El animal se acercó a su dueña para que esta le acariciase, junto a él se sentía más segura, se sentía protegida y valiente. Quería a su fiel animal, siempre estuvo ahí cuando le necesitó, junto a él, nada podía dañarla.
Entró en el baño, se aclaró la cara con un poco de agua fresca y se miró al espejo recordando la extraña experiencia vivida hacía unas horas ¿Había sido su imaginación? No encontraba ninguna explicación lógica a todo lo que le había acontecido ese día desde que entró en la biblioteca.

Recordó su sueño. ¿Porqué motivo aparecía la señora Amat en él? ¿Y porqué le tenía que ocurrir todo esto a ella? Sólo quería un libro para entretenerse, sólo unas letras para poder evadirse. Quería leer historias, no ser la protagonista de una. Menos aún de una que estuviese a punto de volverla loca.

Pensó en el rostro de aquel escritor, aquellos ojos de profunda mirada, aquella expresión ¿Quién era ese hombre? ¿Qué había pasado aquella tarde en la biblioteca? Estaba segura de lo que había visto, sabía que aquel maldito libro estaba en la estantería. Aquella vieja chiflada podía decir lo que quisiese pero ella no la había tomado el pelo. ¿Acaso intentaban volverla loca? De ser así casi lo estaban consiguiendo, pero ¿Porqué? Y lo más importante ¿Quién? Le resultaba extraño que alguien pudiese destinar tantos esfuerzos en un montaje como ese.

Contempló por un instante su reflejo. Sus ojos estaban enmarcados por unas profundas ojeras debido al cansancio y a los nervios de las últimas horas.
- Estoy hecha un asco... – Se acarició el rostro y, apagando la luz, se marchó de nuevo a su cuarto, o le gustaba mirar demasiado rato su reflejo en el espejo, le daba la sensación de que algo podía atraparla y llevársela al otro lado, a un mundo extraño, como en la novela de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas. Aunque no creía que fuese al país de las maravillas precisamente donde iría a parar.

Recogió el libro del suelo, lo colocó sobre su mesita de noche y se tapó con el nórdico, al día siguiente volvería a la biblioteca para hablar con la señora Amat. Cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño, el perro se subió a la cama y se acomodó a sus pies. Ahora se sentía más tranquilo, aquella presencia que le incomodaba se había marchado a otro lugar de la casa, ya no estaba con su ama de modo que podía descansar. Un rato al menos.

El cuarto de baño está a oscuras, por lo que no podemos ver la figura retenida en el reflejo del espejo. Con la mirada congelada en un rictus de terror y las lágrimas dibujando su recorrido a lo largo de su rostro. Una figura envuelta en oscuridad se acerca a ella por detrás, apoya las manos en sus hombros y besa su cabello. Acaricia su piel quemándola con su calor. La despoja de su ropa y lentamente la posee, sus ojos brillan como rescoldos de una hoguera infernal, cada vez más intensos a medida que nota el clímax. Muerde el cuello de la figura hasta que la sangre comienza a manar lentamente entre sus labios. Su cuerpo se tensa, la sangre mancha su rostro. Se relaja y lame el cuello de la figura del reflejo para desaparecer de nuevo en la oscuridad.

La oscuridad la envuelve, abre los ojos y no distingue nada a su alrededor. El silencio se rompe por un llanto desesperado, unas lágrimas de dolor en un rostro desconocido. Una tos, un roce cerca de ella un golpe y un balanceo.

Levanta las manos que topan con tres paredes a su alrededor, apenas puede mover los brazos en el reducido espacio ¿Dónde está? ¿Qué hace ahí? ¿Está muerta? El balanceo se detiene, un golpe bajo ella, siente como la deslizan sobre algo y una puerta se cierra.
¿Qué está ocurriendo? El ruido de un motor al arrancar y el suave traqueteo del movimiento de un vehículo ¿Dónde la llevan? Siente una música que no reconoce, suena a un nivel bastante elevado. Golpea como puede las paredes que la confinan y grita, grita a pleno pulmón, al borde de la histeria.

Nadie parece oírla, vuelve a gritar, todo lo que puede hasta sentirse afónica ¿Acaso está en un ataúd? Intenta recordar los últimos momentos antes de despertar en ese confinamiento pero es incapaz de ello.

Siente el rostro empapándose en agrio sudor, el corazón le palpita en las sienes y la claustrofobia cada vez es mayor cuando el vehículo se detiene por fin, se abre la puerta y nota de nuevo el zarandeo en el mundo exterior.

- ¡No estoy muerta! ¡No! ¿Me escuchan? ¡No estoy muerta!

Intenta moverse enérgicamente de un lado a otro y golpea las paredes de madera del ataúd. Pero en el vivo mundo exterior no parecen darse cuenta de lo que ocurre, están a punto de enterrar viva a una persona. La voz de un hombre, quizá un cura está orando por su alma.

- Yo soy la resurrección, y la vida, dice el Señor: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y todo aquel que vive, y cree en mí no morirá eternamente.

“Muerta...”

- Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo: y después de deshecho este mi cuerpo, aún he de ver a Dios: al cual yo tengo de ver por mí, y mis ojos lo verán, y no otro.

“Me van a enterrar...”

- Nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. El Señor dió, y el Señor quitó; bendito sea el Nombre del Señor.
“No quiero morir”

- ¡Se equivocan! ¡Yo no estoy muerta!- Golpea con toda la fuerza con la que es capaz la tapa de su ataúd- ¡Sacadme de aquí!

Siente como van bajando la caja en la que se encuentra confinada, lentamente, centímetro a centímetro.

- El Señor es mi Pastor; nada me faltará...

“No, por favor...”

- Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo...

La caja se deposita en el suelo con un golpe sordo. Sigue golpeando la madera, arañándola con las uñas hasta notar como se desgajan de sus dedos

- Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores

Siente como su garganta se quiebra y los ojos se le hinchan con el llanto. El sonido sordo de la tierra al caer sobre ella va menguando sus esperanzas. Siente el aire cada vez más pesado y las palabras del cura ya no se escuchan. El dolor palpitante en sus manos es lo único que la mantiene atada a la cordura.

“Ni tan siquiera puedo volverme loca antes del fin...”

¿Cuánto tiempo ha pasado? Tiene la sensación de llevar horas encerrada. A cada momento es más difícil respirar

¿Cuánto tiempo me queda? El aire le quema la garganta y se nota mareada por el dióxido de carbono, siente que no le llega el oxigeno a los pulmones, y tiene sueño...

Cruje... La madera sobre ella cruje, está cediendo a la presión del peso sobre ella, pronto... Pronto llegará el final...

El ruido crece, hasta tornarse ensordecedor, agudo y estridente como el roce del vidrio contra el acero, grita con el poco aire que le queda.

Abrió los ojos, la alarma del despertador sonaba como cada mañana. Con un golpe detuvo el ruido del aparato y se quedó un instante estirada, pensando en el sueño. Intentando que su corazón volviese a latir al ritmo normal.

El agua resbalaba sobre su piel, cerró los ojos para intentar relajarse, pero lo único que regresaba a su mente, una y otra vez, era la sensación de claustrofobia que le había provocado sueño, el pánico que sintió al verse encerrada, la falta de oxigeno...

Terminó la ducha rápidamente, tenía miedo de que volviese a ocurrir lo mismo que la noche anterior. Un escalofrío recorrió su espalda al recordar la inquietante mirada del autor de ese maldito libro. ¿Quién era? ¿Porqué la había elegido a ella? ¿Qué quería?

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