martes, 12 de octubre de 2010

Laberinto. Parte 5

Laberinto
Parte V
Éxtasis y dolor

El interior era muy espacioso. Iluminado por velas. Las llamas se mantenían inmóviles, como si fuesen una imagen estática que daba algo de luz.
Su mujer estaba esperándole en el centro de la sala. El pelo rojo le caía en rizos sobre los hombros. Vestía su delgada figura con una sencilla túnica de fina seda blanca. Le miraba con sus ojos castaños a través de unas sencillas gafas. Sus labios estaban pintados de un color rojo muy intenso y adornaban sus orejas la pareja de pendientes que le regaló por su quinto aniversario.

- Te he estado esperando mucho tiempo mi amor... – Su voz sonaba hueca en el vacío de la sala donde se encontraban. – ¿Acaso te has olvidado de mí?

- No... No te he olvidado... – Se acercaba paso a paso a ella. Los ojos bañados en un torrente de lágrimas que caían por su rostro. – Él no me ha dejado venir a ti. No me permite reunirme contigo...

- ¿Acaso lo has intentado con toda tu alma? – Alzó la voz. El odio que percibía en cada palabra era como puñales clavándose directamente en su corazón. Se sintió avergonzado. En su interior, pensaba que no había hecho suficiente por reunirse con su mujer. – No importa... Ahora podemos estar juntos de nuevo... Él ha permitido que vinieses como premio por tu fidelidad. – Jhon se acercó más a su mujer. Extendió sus manos para coger las de ella. – ¡Ámame! ¡Oh mi querido Jhon! ¡Hazme tuya! ¡Siente lo que podrás volver a tener si le obedeces!

- Ana... Te he echado tanto de menos... – Sus dolorosas lágrimas seguían brotando sin pausa. – Sin ti me siento perdido...

- ¡Chssst! No hables... – Su mujer hablaba en susurros, cerca de su oído, como si le hiciese una confidencia – Sólo tócame...

Temblando de ansiedad elevó sus manos al rostro de su mujer.
La miró a los ojos. Ella le devolvió una mirada fría, sin alma ni sentimiento.
Acarició su cabello, del que siempre había estado enamorado y la besó con pasión. Fundiéndose en un solo ser.
Sin separar sus labios, empezó a acariciar su cuello, bajando lentamente hasta notar la textura de la seda de su túnica. Cerró los ojos para percibir mejor todas las sensaciones en su piel. Sintió la curva de sus senos y la dureza de sus pezones. ¡Oh Dios! ¡Cuánto había echado de menos acariciarla de esa manera! ¡Cuantas noches en vela recordando su tacto y su sabor!
Agarró a su mujer por la cintura con la otra mano y la apretó contra su cuerpo. Notando su calor. El ritmo de su respiración se hizo más agitado de puro deseo.
Lentamente le quitó el pequeño broche a la túnica, que cayó siseando al suelo mostrándole el blanco cuerpo de su mujer, muerta hacía tanto tiempo que pareció ocurrirle en otra vida.
Se arrancó la camisa mientras ella le desabrochaba el pantalón. Sintió como su mano acariciaba sus testículos, con suavidad, como sólo ella sabía hacerle. El tacto de su mano resultaba tan suave como lo recordaba.
Jhon cada vez se sentía más invadido por el deseo hacia su mujer. Ella le mordía los labios y jugueteaba con su cuerpo. Acariciaba con su suave vello púbico el sexo de él. Provocándole oleadas de sensaciones que creía perdidas.
Sonriéndole con picardía, fue besando su piel, dando pequeños mordiscos a medida que se arrodillaba ante él.
Sintió la respiración de Ana cerca del glande, primero golpecitos a diferentes ritmos e intensidades y después en calor de su aliento. Sintió como sus labios le rodeaban y jugaban con él, mientras sus manos le acariciaban y exploraban sin tapujos.
Siempre habían sido muy abiertos en las cuestiones sexuales, les gustaba experimentar y descubrir todo lo que sus cuerpos podían proporcionarles. Opinaban, que en cuestión de placer la naturaleza había sido sabia. Dotándoles de unos cuerpos capaces de sentir estímulos y sensaciones especiales, únicas, algo que no podría hacer ninguna otra cosa que el sexo.

Se dejó llevar por el placer que sentía. Su respiración se entrecortaba. Acarició sus cabellos, acompañando el ritmo con el que ella le daba placer.
La empujó estirándola en el suelo y siguió explorando el cuerpo de su mujer. Notando la suavidad de su piel, su calor y su humedad.
Besó su cuello. La mordió, primero con suavidad y luego un poco más fuerte mientras ella arañaba su espalda. Cuando sus uñas recorrieron su columna vertebral, se sintió enfermo de deseo.
Acarició con la lengua sus senos mientras tocaba el sexo de su mujer. Sus labios marcaron el camino, besando cada centímetro de su piel mientras bajaba expectante para sentir el sabor de su calor.
Alargó un instante el momento que tanto deseaba. Contempló la excitación de su mujer. Cuando no pudo aguantar más la necesidad de saborearla, besó sus labios vaginales. Disfrutando con las reacciones de ella, sintiendo como su lengua recorría todos los pliegues y su dulce sabor. Con sus dedos exploró su interior, centrándose donde sabía que a ella le daba más placer. Acarició la cara superior de su interior, mientras encerraba entre sus labios el clítoris de su mujer. Sentía como temblaba con cada movimiento, reaccionando a lo que él le hacía.
La abrazó. Besando sus labios con pasión mientras entraba dentro de ella. Sintiéndose loco de lujuria al notar su calor. Las uñas de su mujer se clavaron en su espalda provocándole un placentero dolor que le excitó más aún.
Incrementó la velocidad de sus movimientos. Cerró los ojos sintiendo oleadas de placer en su cuerpo.

La temperatura descendió bruscamente en el salón. Una ráfaga de aire apagó las llamas de las velas. Sumiendo todo en la más absoluta oscuridad. Abrazó el cuerpo inerte de su mujer. Rígido y frío como un témpano de hielo, inmóvil y seco como un árbol muerto. Lloró amargamente y sintió como el miedo paralizaba sus músculos al percibir una figura envuelta en sombras.
De pie frente a él. Se encontraba el demonio, sonriente ante su desgracia. Su largo cabello cayendo sobre su rostro. Sus crueles ojos brillando en la oscuridad de la sala y su risa sonaba desprovista de humor.

- Me das asco Jhon... – Su voz sonaba despectiva.- No eres capaz de respetar a tu mujer tan siquiera en sueños... Sabes que ella es poco más que un saco de gusanos infectos y mírate... Debería caérsete a trozos maldito cerdo bastardo.

Se agachó junto a Jhon, el cuero de su cazadora crujía por el movimiento. Tocó despreciativo un mechón descolorido del cadáver que abrazaba Jhon. La piel del rostro se desprendió como la ceniza al viento. Dejando ver el blanco desgastado de una calavera que contemplaba el mundo desde sus vacías cuencas. Una araña de largas extremidades salió de uno de los agujeros de la nariz para introducirse en la boca de su mujer.

Jhon se detestaba, sentía nauseas y terror ante lo que había hecho. Gritó, gritó a la nada de ese extraño edificio. Sentía que perdía la cordura junto con el aire de sus pulmones. Las piernas se negaban a sostenerle más y cayó al suelo. Sus rodillas crujieron bajo el impacto, sintió como los huesos se astillaban y el dolor le recorría la columna vertebral. Perdió el aire y se sintió desfallecer.”

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