martes, 12 de octubre de 2010

Laberinto. Parte 4

Laberinto
Parte IV
El laberinto


“Jhon se sentía agotado.
Le había costado horrores conseguir una pista fiable de donde se encontraba Él. Supo que su demonio era un escritor de escaso éxito. Solamente le habían editado un libro. En una tirada inicial de quinientas copias que había puesto en la calle una editorial de poco renombre.

Tomó un avión hacia la capital, decidido a dar con el demonio y acabar con su vida.

Preguntó en las librerías de la Gran Vía.
Buscó durante meses algún ejemplar de esa novela llamada Laberinto.
Agotadas.
Visitó la editorial que puso a la venta ese libro. Pidió a la recepcionista hablar con el propietario.

- En este momento está reunido y no puede atenderle. – Le miró sin disimular un gesto de asco. – Si quiere, puedo citarle con él en otro momento...

- ¡Necesito hablar con él ahora! – Jhon gritaba fuera de sí. – ¿Entiende? ¡No puedo volver en otro momento! ¡Es importante!

- Le repito que, en este momento, es imposible hablar con el señor Martín. Ahora. Si es tan amable de marcharse...

Las llamas brillaban en la noche madrileña. El edificio de la editorial ardía y los bomberos y fuerzas de seguridad se afanaban en controlar la situación.
Jhon se alejó caminando tranquilamente. “Su” voz le había gritado que no lo hiciese. Por primera vez, había desobedecido sus ordenes

“Pagarás por esto maldito loco...”

- ¡Cállate! ¡Cállate! ¡No pienso escucharte más! ¿Me oyes? – La gente le miraba extrañada y se apartaban de su camino - ¡Estoy harto de recibir tus ordenes! ¡Nunca más! ¡Nunca!

“Sabes que eres mío... Puedo hacer de ti lo que me plazca... Puedo acabar contigo como si fueses un mosquito insignificante...”

- ¡Hazlo joder! ¡Acaba conmigo de una vez! ¡Maldita sea!

Se golpeó las sienes varias veces con los puños, intentando acallar la voz en su cabeza. Se castigó hasta el punto que empezó a brotarle sangre de un oído.
El dolor le resultaba tranquilizador.
Compró un billete de metro sin saber con exactitud a donde se dirigiría.
El andén estaba vacío a esas horas. La pantalla luminosa indicaba que el próximo tren llegaría en menos de un minuto.
Miró las vías del metro. Pensando lo fácil que resultaría acabar con toda esa locura. Sólo una muerte más y caería en la bendición del olvido. Un paso y volvería a encontrarse con su mujer. Un solo salto le podía traer la paz...

La luz en el túnel se acercaba deprisa. Las vías temblaban.

El zumbido de la máquina acercándose resultaba cada vez más atronador.

Los faros iluminaron su rostro y el conductor accionó los frenos.

Jhon supo que era tarde, la velocidad que llevaba el tren era demasiado elevada como para poder detenerse a tiempo.

Vio como saltaban chispas de las ruedas a medida que rozaban con la vía. Escuchó la bocina.

Arrodillándose abrió los brazos en cruz.

Su último pensamiento lo guardó para su mujer.

Sintió la fuerza del movimiento del tren cuando abrió los ojos.
Sabía que había llegado a la parada que le llevaría a su próximo paso. La desesperación inundó su alma al darse cuenta de que no era libre.
Sabía que había bajado a la vía. No podía ser verdad que aún viviese y que su cuerpo no le obedeciese.
Intentó gritar, pero sus cuerdas vocales estaban paralizadas. Ningún sonido volvería a salir de ellas a no ser que...

“A no ser que ¡Yo! Te lo permita, hijo mío... He tratado de avisarte pero no me has querido escuchar. No importa que quemases ese edificio. Mi propósito ya está logrado.”

Jhon lloró de amargura y desesperación. Había intentado quitarse la vida e incluso eso le había sido arrebatado.

“Morirás cuando yo lo decida, recuérdalo. Eres mi criatura, mi hijo y ahora, escucha atentamente...”

Se resignó a su destino. Caminó hasta una plaza cercana y se sentó a dejar pasar las horas nocturnas para dar el siguiente paso. Rendido a las palabras del demonio. No quiso seguir luchando. Él, era demasiado poderoso. De algún modo tenía la capacidad de modificar las cosas a su antojo. De crear y destruir su mundo, moldearlo como le apeteciese. En su corazón, sabía que era inútil resistirse.

“Así está mejor... Ahora duerme... Deja que pase el tiempo y descansa hijo mío... No temas, los demás no pueden verte si yo no quiero. Esta noche, cuentas con mi protección...”

Se tumbó en el frío banco de madera. Apoyó la cabeza en sus manos, cerradas como en oración y cerró los ojos.

“Duerme...”

Sentía como el mundo a su alrededor se desvanecía lentamente. Los pocos sonidos que había se fueron alejando en las tinieblas.

“Duerme...”

Su cuerpo se relajó. Algunas arrugas de preocupación en su rostro desaparecieron. Un perro atado a una correa en su paseo nocturno ladró amenazadoramente. Su dueño tiró de él con fuerza.

- ¡Vamos Winston! ¡Deja de ladrar al puto banco perro idiota!

Se dejó llevar por el sueño, poco a poco fue haciéndose más y más profundo. Le pareció escuchar en la lejanía un ruido, pero no le prestó atención.
Se encontraba ante un edificio antiguo con columnas de estilo romano. Bajo ellas, unos cuerpos de querubines aplastados por el peso del edificio se retorcían gritando de dolor. En lo alto los diablos se reían de ellos y hacían muecas obscenas revoloteando alrededor de las columnas.

La puerta semejaba las fauces de una criatura monstruosa. Del interior del edificio se escuchaban lamentos, como si centenares de personas llorasen desconsoladas.
Miró tras de si, todo era oscuridad. Una tempestad salvaje se arremolinaba como un tornado arrastrando la oscuridad que tomaba forma tangible durante un instante. Como volutas de humo que se agitan violentamente.

- Jhon... – Una voz femenina le llamaba desde el interior del edificio – Jhon... Ayúdame...

Hacía años que no escuchaba esa voz. Su mujer le necesitaba, le llamaba. Sentía su angustia, su dolor. Le partía el corazón.
Creía que podía salvarla...
Se adentró en el edificio con paso decidido.

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