jueves, 7 de octubre de 2010

Las bestias

Con este relato gané el concurso de literatura de Sant Jordi de la asociación cultural La Era del Caos, en el apartado de relatos cortos.
Siempre me ha gustado imaginarme las leyendas vistas desde otro punto. En este caso cambiamos un par de cosillas et voielá!

Gracias!

Wolf.


Draknyen’sha estaba aterrada.

Desde que podía recordar, le habían hablado de aquellas terribles criaturas... Pero desde siempre, ella y todos los jóvenes del poblado, las habían tomado como criaturas inexistentes, seres de cuentos, relatos de miedo para asustar a los pequeños...




Los cuentos que le habían explicado cuando era niña, hablaban de estos codiciosos seres, capaces de devorar rebaños de animales y arrasar los bosques con sus fuegos, criaturas con armas tan afiladas, que eran capaces de cortarle a una en rodajas en un momento.

Sabía que en muchos otros lugares se hablaba de esas bestias, sus rugidos eran capaces de enloquecerte, y podían ir a cuatro o dos patas, gracias a su fuerza de voluntad.
Los cuentos, relataban como esos monstruos habían llegado al mundo conocido, y lo habían ido moldeando a su antojo, sin respetar nada.
Contaban esas historias como arrasaban los pueblos de su gente, esclavizándolos o devorándolos.

Se le puso la piel de gallina al recordar como habían llegado a su antaño bello hogar.

Desde que nació, vivía en una pequeña aldea, en la montaña más alta en muchas millas, su cueva era la más grande del poblado, pues sus padres eran los reyes, y se encargaban de que los demás habitantes de la aldea, viviesen sus vidas felices y en paz.

Su cueva, estaba vestida de oro y plata, con deslumbrantes joyas preciosas de múltiples colores que magnificaban la luz en rayos de esmeraldas y rubíes, haciendo que la piel de la joven princesa resaltase con reflejos morados, recordó la bellísima guirnalda de flores que le había confeccionado su madre para su último cumpleaños, pétalos de rosas y violetas, crisantemos y jazmín, las más bellas plantas aromáticas le proporcionaban una dulce fragancia.

Las gentes de su aldea celebraron con júbilo el último cumpleaños de la princesa Draknyen’sha, prepararon un magnífico banquete, donde no faltaron los arces que se criaban en libertad en sus tierras, regados con la dulce miel de las abejas, que en aquella época del año daban un néctar delicioso.

Recordó la música de los pájaros cantores y después el humo.

Aquella columna de humo negro alzándose en el horizonte.

Su gente, asustada corrió a refugiarse en sus cuevas.

Su padre y su guardia personal acudieron prestos a investigar que era aquel humo, volvieron aterrados al cabo de unos interminables minutos y relataron la llegada de las bestias, como avanzaban rápidamente, quemando todo a su paso, convirtiendo los verdes prados en lugares de muerte, y venían directos a la aldea, aquellas bestias que codiciaban todo cuanto se hallaba a su alcance, aquellas criaturas vendrían a por las riquezas de su pueblo, y no podrían hacer nada por detenerles...

Recordó como un ejercito les asedió, cientos de esos seres abominables amenazaban su existencia, y su padre, desesperado, accedió a negociar con ellos.

Primero, solicitaron agua. Secaron nuestros ríos.

Pidieron leña para sus hogueras y sus construcciones. Arrasaron nuestros bosques.

Demandaron animales para saciar su hambre. Nos dejaron sin sustento.

Luego, exigieron nuestros tesoros. Y se llevaron hasta la última pieza de cobre.

Pero esas bestias querían más, nunca tenían suficiente, su codicia y su maldad no tenían limite, decían que nos aprovechábamos de su buena fe, escondiéndoles nuestros tesoros, así que finalmente, exigieron el precio más alto, secuestraron a la princesa Draknyen’sha y proclamaron con sus voces que si no les entregaban lo que merecían en tres días, la matarían, la cocinarían con su fuego y después, la devorarían.

Se llevaron lejos a la joven princesa, encerrada en una jaula en la que apenas cabía. La cautiva lloraba amargamente, puesto que sabía que en su pueblo no quedaba ni una onza de miserable plomo, y veía a esos seres capaces de cumplir sus amenazas, puesto que había sido testigo de cómo devoraban a las ovejas y las vacas, a los arces y los bueyes, incluso acabaron con los lindos pájaros cantores del valle, y ahora, la miraban a ella con ansiedad, preguntándose que sabor tendría su carne y pensando que hacer con su piel.

Todo esto pensaba Draknyen’sha, atada fuertemente en lo alto de una cima, como un sacrificio a unos dioses oscuros y terribles, mientras sentía como pasaban las horas hasta su sentencia...

Alzó la mirada hacia las estrellas, buscando la constelación de sus antepasados, allí vio a Eltanin, la estrella más brillante de las que formaban la figura y Thuban, la estrella que señalaba el norte, contempló a todos sus antepasados y les rezó pidiendo la salvación, mientras una lágrima recorría su rostro desde sus dorados ojos.

Las bestias habían acampado a su alrededor, y Draknyen’sha, oía sus burdas canciones tabernarias, estaban todos borrachos, jactándose de su poder y riéndose de cómo habían logrado su último botín, uno de ellos llegó a decir, que si la carne de la princesa resultaba ser un manjar, regresarían al poblado para atiborrarse con su gente y otro le respondió, si la carne de la princesa resultaba demasiado dura, o poco sabrosa, volverían para matarlos a todos.

Y así fueron pasando lentamente los tres días más tristes de la vida de Draknyen’sha.
Al alba del tercer día, el jefe de los asaltantes, un ser grande con una piel correosa castigada por el sol y el paso de los años se acercó a la princesa, imaginando como quedaría su cráneo a las puertas de su castillo, sería la envidia de sus rivales allá en Ansalon.

- En fin, princesa, parece ser que tu familia no ha logrado reunir mis riquezas...

Dijo el ser con una voz parecida al entrechocar de dos rocas de granito.

- Así que nos vemos obligados a cumplir nuestra amenaza...

Levantó su hacha, un arma temible forjada en negro metal, pero el sonido de un cuerno le detuvo.

Al oeste, se acercaba a gran velocidad una sombra alada, los rayos del sol se reflejaban en su piel, lanzando destellos de plata que cegaban a las bestias, sus magníficas alas batieron con gran estruendo y se alzó más allá de las nubes.

- ¡Vaya, princesa, parece que alguien quiere rescataros... – Dijo la criatura riendo como un loco - ¡A los caballos! ¡Muchachos, hoy tenemos ración doble!

Un clamor surgió de entre los hombres, que montaron rápidamente sus caballos de guerra, blandiendo sus armas para matar al dragón de plata que descendía en picado sobre ellos.

Algunas flechas salieron al encuentro de Kgheor’ghe, pero resultaron inútiles contra sus magnificas escamas, plegó sus enormes alas y la velocidad de descenso creció, sentía aullar el viento en sus oídos y gracias a la membrana que recubría sus broncíneos ojos, podía contemplar a los hombres que intentaban controlar a los aterrados caballos.

Esperó al último momento para abrir sus alas y agarró con sus zarpas a uno de los guerreros, que gritó aterrorizado cuando el dragón volvió a ascender, Kgheor’ge lanzó al animal y al humano sobre otros dos guerreros y rugió triunfante su rabia a la mañana, volvió a descender, golpeando con su fuerte cola a los enemigos, que inútilmente trataban de herirle con sus armas, a Kgheor’ge le dio la sensación de que unos minúsculos insectos le picaban en la piel, pero nada más grave que eso.

Rápido como el rayo, grande como una montaña y con su furia desatada, el magnifico dragón dio caza uno a uno a los hombres, que perdieron toda bravuconería e intentaron huir del ataque de Kgheor’ge, pero las llamas, las garras y los golpes del dragón fueron matándoles y en menos de lo que se tarda en prepararse un buen desayuno, sólo el jefe quedaba vivo, ensangrentado y humillado, fue postrado ante la princesa Draknyen’sha, una vez liberada por su salvador.

El hombre pidió clemencia, sus lágrimas cobardes hacían que tartamudease considerablemente, ahora que ya no era él quien producía terror, en una mañana se habían cambiado los papeles, y ahora los dos dragones hacían que se le paralizase el corazón.

Los dragones, en aquella época, no eran criaturas violentas, de echo, ahora tampoco lo son, prefirieron marcharse a otro mundo, donde no existiesen los hombres, donde pudiesen ser libres, sin los peligros que podemos producirles, se llevaron con ellos sus tesoros, sus historias y sus magnificas vidas de dragón.

La princesa y su héroe, decidieron dejar en libertad al pobre diablo, que cambió la historia cuando llegó a sus dominios.

Habló de un reino humano atacado por un dragón, y de cómo él, liberó a la princesa de las garras del monstruo, forjando así una leyenda que ha llegado a nuestros días como la leyenda de San Jorge y el dragón, una historia que aún hoy, provoca en nosotros una llama de orgullo y una inspiración como pocas historias pueden producirnos.

¿Qué fue de los dragones?

Draknyen’sha y Kgheor’ghe regresaron a su tierra, y crearon una prospera familia, hasta que un día, todos los seres mágicos de este mundo, decidieron abandonarlo, buscar un nuevo hogar y dejarnos sin su guía, sin sus voces ni sus historias...

Aunque algunos de esos seres mágicos se quedaron con nosotros, y han aprendido a esconderse y a observarnos sin que les podamos ver.

Cuando alguna vez caminamos por un bosque y nos parece oír una risa, son esas hadas y duendes que se quedaron con nosotros, el rugir del viento en las noches de invierno es el aliento de un dragón, que tiene su morada cerca de nosotros y ¿Cuántas veces os ha pasado, que habéis perdido alguna cosa, y no la habéis vuelto a encontrar nunca? Seguro que se encuentra en el saquillo de algún kender curioso, recordad que si alguna vez teneís la fortuna de toparos con uno de ellos y, por casualidad, encontráis alguno de vuestros objetos en sus saquillos ¡No les llaméis ladrones! No hay nada que ofenda más a un Kender, que el echo de que les acusen de ladrones...

Y si alguna vez, os sentís solos en este mundo de locos, alzad la vista hacia las estrellas, como hizo una vez la princesa de nuestra historia, y veréis en el cielo la constelación del dragón, y si miráis con atención, veréis a dos estrellas brillantes en la cabeza de la constelación, allí vigilan siempre los dos príncipes de los dragones, Kgheor’ghe y Draknyen’sha, y han aprendido a ver que hay personas que si creemos en ellos y no les deseamos ningún mal, han aprendido a entendernos, e incluso algunos, tienen cierta simpatía por nosotros, por aquellos que los llevamos en nuestro corazón.

Por que las leyendas, siempre tienen algo de realidad.

-         Bueno niños, ¡Es hora de irse a dormir!
-         ¡Jooo! ¡Abuelo! ¡Léenos otro cuento!
-         ¡No! ¡Ya basta de cuentos por hoy! Tened piedad de un pobre anciano como yo, ¡Que sois insaciables!
-         Abuelo... – hablo Annamarie
-         Dime hija...
-         La leyenda que a mi me contaron, habla de una rosa que salió de la sangre del dragón... ¿Es eso cierto?
-         Si, en este cuento, hay rosas, pero eso mejor lo dejo para otro día... O podéis buscarla en mi historia... Y quizás os llevéis una sorpresa.

La pipa del abuelo desprendió de nuevo aquel aroma dulzon del tabaco, y cerró la puerta...

En ningún momento utilizó nada para encender su pipa...

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