jueves, 7 de octubre de 2010

El monstruo

Esta es una de esas historias que núnca deberían ocurrir. Pero que por desgracia ocurren.


Gracias.

Wolf.





Una vez más estaba encerrado en su habitación, rodeado de la amada oscuridad que mantenía al monstruo fuera, la puerta quedaba definida dentro de un rectángulo de luz pálida que se reflejaba en los ojos de los muñecos que una madre le había enseñado a recoger y colocar de forma ordenada, esos ojos miraban con miedo a la puerta, temiendo que el monstruo la abriese y esa luz pálida entrase en la habitación, la oscuridad no podría luchar contra esa luz que anunciaba la llegada del monstruo, los juguetes y el pequeño rezaban para que esa luz no entrase, para que el monstruo se fuese y no volviese jamás, rezaban las oraciones que el monstruo les había enseñado cuando no era el monstruo:

“Ángel de la guarda
Dulce compañía
No me desampares
Ni de noche
Ni de día”

Las palabras sonaban balbuceantes en los labios del niño a causa del miedo, su mente no llegaba a entender porqué el monstruo había venido, porqué el monstruo le quería hacer daño...

“Jesusito de mi vida
Tu eres niño como yo

El monstruo gritaba en el salón, con una voz de trueno que subía de intensidad, palabras que el niño no entendía brotaban sin cesar de entre sus dientes apretados...

Por eso te quiero tanto
Y te doy mi corazón”

El niño podía escuchar también la voz de su mamá, su mamá que le contaba cuentos, que le bañaba y le hacia kirikis en el pelo mojado, su mamá que dibujaba esos cuadros bonitos y le sacaba al parque en el carrito, su mamá que le defendía del monstruo... Que valiente era su mamá...

“Cuatro esquinitas
Tiene mi cama

El monstruo golpeaba las paredes con sus puños de acero, las golpeaba como si golpease al niño o...

Cuatro angelitos

Como si quisiese golpear a su mamá...

Guardan mi alma”

El pequeño corazón le dio un vuelco cuando pensó que el monstruo quería golpear a su mamá, a su valiente mamá que no le dejaba abrir la puerta para golpearle a él...

“No me dejes sólo
sé en todo mi guía

Un ruido fuerte en la puerta, luego cristales rotos y de nuevo esa voz de trueno gritando palabras que suenan feas, palabras que al niño y a sus muñecos le provocan terror

Sin ti soy chiquitito

Se oye otro sonido, suena apagado al otro lado del rectángulo de luz...

Y me perdería”

El monstruo golpea de nuevo la pared, que resuena como en un terremoto, y el pomo de la puerta gira...

“¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!”

La luz que se cuela por el lado izquierdo de la puerta se hace mayor y los gritos del monstruo ahora resuenan en la habitación, el niño se tapa con la sabana con la esperanza de que el monstruo no le vea, que sus gritos desaparezcan, que se vaya, que se vaya lejos de su mamá y de él, que se muera Jesusito, si existes que se vaya...

Por un momento sólo se escucha la respiración agitada del monstruo, el silencio resulta más aterrador si cabe que sus gritos...

“Jesusito...

Un paso...

Por favor...

Otro paso...

Jesusito...

La mano del monstruo tira de la sabana acabando con la última defensa que el niño ha podido disponer contra él y ve sus ojos inyectados en sangre y el temblor de su bigote, el mismo bigote que le hacía cosquillas cuando no era el monstruo, el trueno vuelve a sonar, paralizando al niño y haciéndole comprender al niño que Jesús no le salvaría, no tenía poder para detener al monstruo...

Las lágrimas brotan de los ojos del pequeño, siente el cuerpo paralizado ante la presencia del monstruo, del monstruo que había venido a buscarle por no querer comer las “cachofas” que había preparado su papá, el monstruo que le quitó la ropa a tirones y le tiró en la cama, el monstruo que cerró la puerta con tal fuerza que la hizo crujir, el mismo que había pegado a mamá, el que llegaba algunas noches tambaleándose y hablando raro...

El monstruo estaba delante de él con los puños apretados a los lados de su cuerpo, con el cuello abultado y la respiración agitada.

“Mamá...”

Aquel ángel que siempre había estado ahí, que siempre le cuidó y le cuidaría, que le escucharía, que le haría feliz, aquel ángel que nunca en la vida le fallaría, aquel verdadero ángel que se atrevía a enfrentarse al monstruo le salvó, su ángel echó al monstruo de la habitación, su ángel le alejó del monstruo y le dio una vida muy feliz, lejos del miedo vivido en ese lugar...

Ya nunca más la oscuridad le tendría que proteger, ya nunca más la luz a través de una puerta sería una amenaza, sus muñecos no volverían a mirar con miedo.

Gracias, madre.


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