martes, 12 de octubre de 2010

Laberinto. Parte 2

Laberinto
Parte II
Un viaje en Autobús hacia la locura 


Le gustó el inicio del relato. Se acomodó en una de las sillas de la mesa de lectura y el tiempo pasó casi sin darse cuenta.
Le embargaba la manera de escribir de ese autor. Las descripciones, los personajes, las situaciones...
Sintió la desesperación de Jhon al perder a su mujer. Entró con él en su locura y desespero. Ingresó en el centro psiquiátrico. Donde sufrió en sus carnes los mismos tratamientos de choque que recibía el personaje.
Sintió su dolor, cuando otro de los pacientes de la institución le destrozó la rodilla derecha. Provocándole una cojera crónica.
Por razones de seguridad, no tenían acceso a cuchillas de afeitar, por lo que su vello facial fue haciéndose cada vez más espeso.

Estaba tan absorta en la historia, que casi sintió como le saltaba el corazón del pecho cuando la señora Amat posó su huesuda mano en el hombro. Avergonzada, se dio cuenta que había gritado. Miró a su alrededor esperando encontrarse con la desaprobación de la gente que estuviese en la biblioteca.
No había nadie. Sólo la señora Amat. Con una mirada de reproche y el ceño fruncido.

- Señorita, lamento importunarla – Incluso con la biblioteca vacía, la mujer hablaba en voz baja. La joven no entendió el porqué- Pero hace un cuarto de hora que debería haber cerrado... Si quiere puedo ponerle este libro en préstamo, siempre y cuando lo devuelva la semana que viene, dentro del plazo de siete días...

La joven se levanto de la silla y siguió a la bibliotecaria hasta su escritorio.
La mujer cogió el libro y consultó en la base de datos de un ordenador que parecía estar fuera de lugar en ese edificio.

- Que extraño...

La señora Amat abrió el libro y acto seguido introdujo algunos datos en el ordenador. Extrañada, le dijo a la muchacha que el libro no figuraba en la base de datos de la biblioteca.

- No puede ser. Lo tienen anunciado en la sección de misterio...
- ¿Anunciado?
- Sí

La bibliotecaria se levantó de su silla, haciendo crujir sus maltrechas rodillas.
Se encaminó a la “sala del misterio” murmurando para sí.
Al llegar a la misma no había rastro de la figura ni de la mesa con el anuncio.
En su lugar, una máquina de agua zumbaba ligeramente.
La joven sintió un ligero mareo. Buscó en el estante de donde había cogido aquel libro, para mostrárselo a la señora Amat.
En su lugar había varios libros de una serie juvenil.

- Señorita... – Por primera vez, la voz de la señora Amat sonaba más alto de lo normal en ella. – Una ya tiene edad como para que le anden haciendo bromas. No hay nada referente a este autor, si usted quiere ceder un libro a la biblioteca municipal, está en todo su derecho, pero no venga a importunarme con cosas de críos. Ahora, si me disculpa, tengo que cerrar. ¡Buenas noches!

La acompañó a la puerta, sin decir ninguna palabra más. La joven escuchó como cerraba con llave desde dentro.
Se encontró con el libro en la mano. Una ráfaga de aire frío le puso la piel de gallina.
Esperó al autobús que la iba a llevar de vuelta a casa.
Llamó a su madre para avisar que se retrasaría un poco. Siempre era mejor evitarse las discusiones. Mientras esperaba el bus siguió leyendo aquella historia:

“Finalmente, Jhon recibió el alta. Los médicos consideraron que su estado mental había mejorado.
La terapia de electrochoque le había convertido en poco más que un pelele. Ya no gritaba por las noches, ni sentía el síndrome de abstinencia debido a la falta de sus drogas.
Decidió viajar, marcharse lejos de todo. Olvidar su pasado e ir en la búsqueda de aquella voz que le había acompañado durante todo este tiempo. Con el objetivo de silenciarla de una vez por todas...

Jhon sabía que esa voz era real.
Su propietario vivía en algún lugar de España. Llegó a la conclusión de que era el mismísimo demonio quien le hablaba por las noches, cuando todo estaba en calma.
Era el diablo quien le decía que él tenía la culpa de todo, si hubiese sido él quien conducía el coche, en lugar de haber perdido el tiempo hablando con su joven secretaria. Ahora su mujer estaría viva y el hijo de ambos habría podido venir al mundo.
El diablo en persona había decidido contactar con él. Atormentarle cada momento. Infiltrándose en sus sueños, mientras él estaba con su mujer, siendo feliz para convertirlo en una pesadilla.
Una noche, y otra, y otra... Fue él quien le hizo tomarse el primer gramo, fue él quien le empujó aquella noche ante un coche de la policía, totalmente borracho y puesto hasta las cejas...

De algún modo, sentía que su vida era conducida por ese ser demoníaco. No sabía como, pero le guiaba como si fuese una marioneta en manos de un maestro terrible.”

El autobús llegó con unos minutos de antelación a la parada.
Las puertas se abrieron.
El conductor... Tenía una barba espesa, mal cuidada y una manchada camiseta blanca, sus ojos, muy abiertos miraban a la nada. A la joven se le paró el corazón por un instante.
Dio un paso atrás y parpadeó.

- ¿Bueno qué? ¿Vas a subir? Hoy quiero llegar pronto a casa.

El conductor era un hombre joven, de unos treinta años, la cara perfectamente rasurada y el pelo brillante de gomina. Mascaba chicle ruidosamente y vestía el uniforme azul de la empresa de autobuses.

- Sí, perdón.

Subió al autobús y marcó con su abono un viaje.
No había sitio donde sentarse, a esta hora, la gente volvía del trabajo a sus casas. Con gesto cansado, pensando en sus propios problemas.
Se situó en la parte central del vehículo, mirando desde la ventana. Se fijó en un hombre que la contemplaba apoyado en un árbol. Era alto. Envuelto en sombras. Su pelo flotaba al viento. Sus ojos brillaban de una manera extraña y parecían absorberle el alma.
Levantó su mano derecha en un ademán de despedida.

Un escalofrío recorrió su espalda. Tuvo la sensación de que el libro pesaba como el plomo y se calentaba en sus manos.
Lo dejó caer.
Las hojas del libro se movieron como con vida propia hasta que se detuvieron en un nuevo episodio.

UN VIAJE EN AUTOBÚS HACIA LA LOCURA


Un hombre se agachó a recoger el libro.
Se lo devolvió con una sonrisa mientras sus ojos daban rápidos viajes hacia su pecho. Una gota de sudor resbaló por su frente. Un aliento fétido salía de su boca. Ella tuvo que reprimir una arcada.
El hombre se le acercó un poco más y puso su mano en su brazo. Le habló con una voz demasiado aguda y ligeramente gangosa.

- No debes dejar caer este libro... – Apretó más fuerte su presa – No entiendes lo importante que es...

Se le acercó más, pegando su cuerpo al de ella. Apestando a podrido y respirando ansiosamente. Una lengua negra asomó de su boca y se lamió los labios.

- Eres tan bella...

Acercó sus labios a su cara.
La joven gritó, la mujer que estaba sentada a su lado se sobresaltó y se levantó para sentarse en otro lugar.
Se sonrojó, estaba ya cerca de casa. Pidió la parada y esperó delante de la puerta hasta que el vehículo se detuvo.
Se bajó sin levantar la vista del suelo.
Apretó el paso para llegar a casa y darse una ducha. Quería quitarse de encima la sensación que ese sueño le había dejado.
No recordaba en que momento se había sentado, ni quedado dormida.

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